Esto era


Me gustaría reflexionar muy brevemente sobre la pregunta que, en realidad, nos ha traído a todos aquí esta mañana: para qué estamos aquí.

Muchos de vosotros, maridos, esposas, madres, hijos, amigos, compañeros de oficina y demás grados y calidades de la sociedad, os extrañáis de que uno de nosotros, más o menos cada quince días, aparezca en su trabajo vestido con traje negro, o desaparezca del mapa por unas cuantas horas, apague el móvil y no se sepa bien dónde anda. Y luego llegue a casa en un estado que casi siempre es de euforia, con una sonrisa enorme colgada de las orejas, hablando por los co-dos sin decir en realidad nada de lo que ha hecho ni con quién (eso suele ser lo más inquietante) y, en muchos casos, con claras dificultades para dormir. Se han dado casos, poco frecuentes pero hay que admitir que se han dado, de ciertos problemas para mantener la vertical combinados con una alegría un poco pesa-dita y con una (cómo decir esto) leve dificultad para pronunciar bien.

Bien, pues ya estáis viendo lo que hacemos. Esto era. Los peligrosos amigotes éramos nosotros. ¿Y qué hacemos en la Logia? ¿Para qué venimos? También lo veis ahora: para aprender, para reflexionar, para estudiar. ¿Para aprender qué? Lo más importante es aprender a convivir y a respetarnos. La Masonería se inventó para reunir a personas de cualquier creencia religiosa y de cualquier ideología política, siempre con los límites de la democracia y de los derechos humanos. Esto está levantado para que personas distintas con formas de pensar distintas trabajen en aquello que les une, en lo que es fundamental: el progreso de la sociedad, el conocimiento y perfeccionamiento de uno mismo, la práctica de los valores éticos y morales, el respeto a los demás, la empatía y la defensa de los valores cívicos. No os será nada difícil imaginar, QQ.·. HH.·. invitados, lo nerviosísimas que ponía la Masonería a las autoridades en los nada lejanos tiempos en que las creencias religiosas eran obligatorias, cuando al que se salía del camino marcado se le llamaba hereje (y más le valía echar a correr), y no existía la libertad de pensamiento.
Porque eso es lo más importante: el pensamiento libre. No hay dioses aquí, cada uno se las entiende con los suyos. No hay clérigos ni dogmas ni con-signas, ni disciplinas de partido, ni creencias, ni siquiera verdades: cada uno trae las suyas y a nadie le importa a quién vota la persona que tiene al lado, o en qué dios cree, si es que cree en alguno. Lo que nos trae a este lugar, lo esencial, es el aprendizaje común y mutuo, el respeto por los demás (¿os habéis fijado en que aquí nadie interrumpe a nadie cuando está hablando? ¿Dónde más habéis visto eso?) y el trabajo por hacernos no sólo mejores personas, sino las mejores personas que podamos ser. En este lugar no entran las diferencias que trocean a la sociedad: aquí no tienen la menor importancia la posición social, la cuenta corriente, el apellido, el poder que se pueda ejercer fuera sobre otros, el currículum. Aquí somos todos iguales, lo mismo el catedrático que el graduado escolar, lo mismo el empresario de éxito que el parado. Todos valemos lo mismo. Por-que todos trabajamos igual.

Habéis visto, QQ.·. HH.·. Visitantes, un ritual que seguramente os habrá sorprendido, y esto por una razón muy sencilla: porque no estáis acostumbra-dos a verlo. Estáis habituados, como todos, a ver otros ritos; no este, y por eso os resulta sorprendente. Nuestro Rito, que nosotros practicamos con todo es-mero porque tenemos comprobado que nos ayuda a respetar nuestra libertad, que acentúa la igualdad entre todos y que facilita enormemente nuestra fraternidad, es la decantación simbólica de siglos de trabajo humano, de pensamiento humano, de experiencia humana, de trascendencia y también de espiritualidad
neta y estrictamente humanas. Cada gesto y cada palabra que hacemos y decimos aquí quiere decir algo, significa algo que todos los masones podemos en-tender o interpretar, porque procede de la reflexión humana y nos une a todos en la más noble hermandad que puede darse: la de los hombres y mujeres que piensan libremente y que se esfuerzan para que el resto de las personas con que conviven, aquí y sobre todo fuera de aquí, hagan lo mismo.

¿Y para qué os hemos invitado hoy aquí? ¿Porque en realidad lo que que-remos es que os hagáis todos masones?

No, tranquilos. En absoluto. Nuestro crecimiento es cosa nuestra. Ya nos ocupamos nosotros, llevamos haciéndolo tres siglos. Cuando alguien decide in-tentar hacerse masón (algo que no es precisamente fácil) lo hace siempre después de un largo proceso de reflexión personal, nunca por una ceremonia de un par de horas. Esto que compartimos hoy con vosotros no es propaganda, y si alguien lo ha entendido así es que nos hemos equivocado al plantearlo.
Lo que queremos es, primero, que sepáis lo que hacemos y desde luego lo que no hacemos. Que entendáis cuál es nuestro trabajo. Y que, cuando salgáis de este Taller, por favor, lo contéis. Decid lo que habéis visto y cómo lo habéis visto. Tanto si os ha gustado como si no, tanto si nos tenéis ahora en mejor es-tima como si no. Decid la verdad. Cuando, un día u otro, participéis en una conversación en la que salgan a relucir los masones, seguramente habrá alguien que diga, haciéndose el listo o el interesante, las cosas que se cuentan desde hace siglos: que nos escondemos, que conspiramos, que maquinamos en la sombra para dominar el mundo, que controlamos el poder, que algo tendremos que ocultar cuando nos reunimos tan en secreto, que somos una secta… y, ya por ahí seguido, que adoramos a Satán, que bailamos alrededor de una cabra, que pisamos crucifijos y que sacrificamos niños y luego nos los comemos. Pobres hermanos y hermanas vegetarianos…

Nos escondemos tanto que estáis aquí todos. Conspiramos tanto y controlamos tanto el poder que, como podéis ver, tenemos a medio Consejo de Ministros aquí sentado esta mañana. Somos una secta tan peligrosa que aquí cada uno cree en lo que le da la gana y piensa como le da la gana, y a nadie se le pregunta nunca por eso, porque eso no es importante para la Masonería: lo importante es la libertad de cada uno. Bueno, y lo de la famosa cabra…
Contadlo, por favor. Creaos vuestro propio criterio, sacad vuestras conclusiones, y luego, si os interesa lo que habéis visto, decidlas. Ayudadnos a difundir la verdad de lo que somos, no las sandeces que sobre nosotros han inventado durante siglos quienes siempre han pretendido obligar a la gente a creer y no a pensar, a obedecer y no a decidir por sí mismos.

Hay en el mundo alrededor de cinco millones de masones. Dos están en EE UU. Casi 700.000, en Gran Bretaña. En Francia son un cuarto de millón. En todos esos países y muchos más, cuando alguien llega al grado de maestro masón sue-le ponerlo en su curriculum vitae: todo el mundo sabe que eso significa inmediatamente un plus de seriedad, de fiabilidad, de honradez y laboriosidad. En España, muchos masones, aún hoy, no pueden decir públicamente que lo son porque sus amigos les mirarán con extrañeza, su familia probablemente no lo entenderá y es posible que tengan problemas en su trabajo. Esa es la diferencia. En España somos todavía apenas unos pocos millares, como sucede en casi todos los países del mundo que han padecido una dictadura larga, sea del signo que sea.
Lo único que queremos hoy es que nos ayudéis a corregir el falseamiento de la Historia. Que veáis la realidad de la Masonería, que sepáis a qué ateneros y que, cuando alguien vuelva delante de vosotros sobre la vieja retahíla de calumnias y de invenciones (y lo de la cabra), estéis en condiciones de decir: “Per-done usted, eso no es así; yo he estado allí y lo he visto”.

Ojalá todas nuestras opiniones pudiesen basarse firmemente en lo que sabemos, en lo que hemos constatado y en lo que hemos visto.

CARRETERO

Salamanca, 2 de diciembre de 2017

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